lunes, 26 de octubre de 2009

Sumando peras y manzanas

Si en un cuerpo parlamentario uno de sus bloques es la primera minoría, la conclusión obvia es… ¡que no hay mayoría!
A medida que se acerca la fecha en que se incorporarán los diputados y senadores electos en las últimas elecciones, que se acerca el momento en el cual el oficialismo no contará con la mayoría en la Cámara de Diputados, los chisporroteos sobre los espacios a ocupar se van a llevar la mayor parte de los titulares.
A partir del 10 de diciembre, para cada votación y decisión habrá que barajar y dar de nuevo. Salvo que se consolide una situación en la que varios grupos de diputados se comprometan a votar juntos en todo tipo de circunstancia, a lo que se llama… ¡sí! ¡mayoría!
Las informaciones que se están publicando dan cuenta, como no puede ser de otra manera, de las posiciones de máxima que plantean los bloques: el no oficialismo dice que debe ocupar la Presidencia, la Vicepresidencia 1ª de la Cámara y las presidencias de las comisiones, lo que podrá hacerse realidad sí y sólo sí lograran todos los diputados opositores ponerse de acuerdo. Además, deberían desconocer la costumbre según la cual la Presidencia del cuerpo le corresponde al sector con más diputados. Por otro lado, esta aspiración también supone que el oficialismo no dialoga ni intenta acercar posiciones con ningún otro bloque, algo poco imaginable.
Aunque la práctica indica que la adjudicación de todos los espacios de poder de las cámaras es en base a conversaciones previas, se debe recordar que todos y cada uno de ellos se deciden por votación; y como se dialogó previamente, casi todas de estas votaciones son unánimes. Posiblemente, en los meses subsiguientes al 10 de diciembre asistiremos a un espectáculo inédito en el sentido de que las presidencias y vicepresidencias de las comisiones (o algunas de ellas) surgirán de votaciones divididas. Si este fuera el caso, entonces sabremos que nadie, repito y subrayo, nadie está dispuesto al diálogo. Es decir, no habría diálogo entre los sectores más numerosos, pese a las declamaciones. Y todo se limitaría a un juego de seducción de uno y de otro lado sobre aquellos bloques minoritarios que no necesariamente tienen una posición tomada de antemano.
Preguntita al margen para periodistas: si el Presidente de un sector político le dice a otro “si tu bloque vota positivamente el asunto X, mi bloque va a votar favorablemente el asunto Z”, ¿cómo lo van a llamar? ¿Diálogo o toma y daca? ¿Conversación o cooptación? Van a tener que decidirse, porque es una situación que se va a repetir. Y espero que midan todas con la misma vara…

jueves, 15 de octubre de 2009

"No es para mal de naides..."

Entre mis pocos lectores, hay algunos a los que aprecio y respeto que me reprochan mi tendencia a descalificar las críticas que se le hacen al Congreso por no atender al modo en que allí se hacen las cosas. Y tienen razón… en parte.
Va en contra de las reglas de la lógica argumentar “porque así se hicieron siempre las cosas”. Por otro lado, mi profesora adjunta favorita alguna vez dijo en un curso que “todo los días hay homicidios. Esto no me permite justificarlos ni decir que están permitidos”. Todo esto es cierto.
Pero admitamos cierta graduación en esto. Admitamos también que hay actividades que se nutren y se construyen con su práctica, como la parlamentaria, precisamente. O, más ampliamente, la constitucional. Se puede traer a la memoria la imagen de la catedral gótica construida durante siglos y por varias generaciones expuesta por Nino en sus Fundamentos de Derecho Constitucional. Si cada generación va a destruir lo que hizo la anterior, la obra jamás podría haberse terminado.
Los reglamentos parlamentarios son (sólo) una garantía para las minorías, pero si algo los caracteriza es que sus palabras, sus normas, no son sacramentales, porque se reconoce que también hay que observar cómo se hacen las cosas. Habrá prácticas y costumbres que al principio pudieron ser adecuadas, pero no nos gusta por dónde van transitando. Se deberá desandar el camino o abrir otro. Este es, creo, el acuerdo de base tácito de todos los actores parlamentarios.
Por lo anterior, es que me parece desleal patear el tablero el hacerse los distraídos y poner el grito en el cielo cuando algo se hace de acuerdo a la práctica habitual, sin haberla “denunciado” previamente, montándose así a la agenda y a las necesidades de medios y periodistas cuyo fin parece ser, en la mayoría de los casos, buscar el desprestigio de la institución parlamentaria.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Herrar es umano

Si algo le faltaba a la ley de medios es un descuido en las remisiones internas producto de las modificaciones que se le hicieron.
¿Qué es una “remisión interna”? Una remisión interna es, simplemente, una referencia realizada entre dos normas de una misma ley para mantenerlas enlazadas o ligadas. Por ejemplo, la Constitución enumera los requisitos para que una persona sea elegida Presidente de la Nación y agrega “las demás calidades exigidas para ser elegido senador”, es decir están enlazados los artículos 89 y 55. También podría hacerse una referencia directa, como por ejemplo cuando en una ley se dice que tal o cual situación se resolverá de acuerdo a lo dispuesto en tal o cual de sus artículos.
Esto es lo que se hace en los artículos 95 y 124 de la ley de medios, entre muchos otros. Pero el apuro, las modificaciones, la falta de atención, impidieron realizar las correcciones que correspondían. Las remisiones internas del texto que salió de la Cámara de Diputados en estos dos artículos resultaban incoherentes.
En el Congreso, como decía un antiguo jefe mío, todo se hace con “tracción a sangre”: los adelantos de la tecnología se van incorporando muy lentamente, los escritos todavía se deben imprimir en papel, ponerles un sello de goma a mano y firmarlas de puño y letra en cada hoja. Es decir que cada una de ellas deben ser transcriptas, y leídas y releídas para que haya coincidencia entre los documentos que se van encadenando (proyecto, dictamen y sanción). Las necesidades de la política a veces son mucho más urgentes que los mecanismos necesarios para producir cada instrumento. Por lo tanto, los errores y las consiguientes “fe de erratas” son más habituales que lo que la prudencia indicaría. Estas correcciones se materializan en comunicaciones que se envían los secretarios parlamentarios de cada Cámara. Es una práctica que, tal vez, se convirtió en demasiado frecuente. Pero es conocida y aceptada.
Algún purista podrá espantarse. Habrá que analizar caso por caso de estas erratas para determinar la real afectación a los derechos. No se las puede dar por sentadas para no convalidar modificaciones posteriores a una sanción. Pero si se trata de errores materiales fácilmente salvables… bueno, las vestiduras rasgadas son una respuesta algo exagerada.
Es verdad: en el tratamiento de este proyecto en particular debería haberse extremado todos y cada uno de los cuidados, los sustanciales y los formales. Pero todo se tensó tanto que todo se exagera: el apuro del oficialismo, y las lupas que se ponen desde el otro lado. Todo es slogan, y todo es una opereta.

miércoles, 7 de octubre de 2009

La divina proporción

Hagamos una prueba: vamos a leer el artículo 81 de la Constitución Nacional de corrido, sin respirar. Es un poco largo, pero hagamos el intento…
Si uno no leyó nunca antes ese artículo, apuesto lo que quiera a que no se entiende. Es una verdadera ensalada, lleno de condicionales y situaciones diversas.
Este artículo es el que prevé qué pasa si hay desacuerdo entre las cámaras del Congreso Nacional respecto de un proyecto de ley, es decir si la cámara revisora modifica una iniciativa aprobada previamente por la cámara de origen. Una muy buena síntesis del procedimiento para la formación y sanción de las leyes se puede ver aquí.
Félix Loñ es un afamado constitucionalista de los que suelen ser consultados por los medios. Es evidente que tiene muy en claro no sólo el artículo 81, sino, seguramente, toda la Constitución. Fue reporteado por elparlamentario.com sobre las alternativas que podrían darse en caso de modificarse la famosa “ley de medios potasio” (Arballo dixit. Potasio, K, potasio, K. Me costó captarlo, pero cuando pude, me causó mucha gracia).
Lo que dice Loñ es inentendible, tan mezclado como la redacción del artículo 81. Empieza con una obviedad: “los dos tercios en Diputados es una utopía”. Es cierto, pero tan utopía como que el proyecto sea modificado en el Senado con los dos tercios de los votos, única opción para que ésa sea la mayoría necesaria para que la Cámara de Diputados insista con su redacción. Pero en la forma en que se presenta en la entrevista pareciera que si el Senado cambiara una coma sin importar con cuántos votos, los diputados sí o sí debieran juntar los dos tercios. Si volvemos a leer despacito el artículo 81, vemos que “La Cámara de origen [Diputados, en este caso] podrá por mayoría absoluta de los presentes aprobar el proyecto con las adiciones o correcciones introducidas o insistir en la redacción originaria, a menos que las adiciones o correcciones las haya realizado la revisora por dos terceras partes de los presentes.” Queda claro, entonces, que si el Senado modifica el proyecto por mayoría absoluta de los presentes, es esa la mayoría que se va a precisar en Diputados tanto para aceptar las modificaciones como para insistir en su redacción. Esto es independiente de los aspectos políticos del asunto, léase victoria o derrota del gobierno por no haber conseguido la sanción definitiva en el Senado (¿todo tiene que ser tan absoluto?).
A continuación, Loñ juega con los números de una manera más propia de un estudiante que recién empieza: habla de los 154 votos que obtuvo el proyecto en Diputados (en realidad, fueron 147 sobre 151 presentes), identificando tal cantidad con los dos tercios. Pero, salvo que la Constitución mande contar sobre la totalidad de miembros de las cámaras, toda mayoría va a ser relativa. Si, por ejemplo, Diputados sesiona con quórum estricto (129 legisladores en sus bancas), y la votación sale 129 a 0, vamos a tener unanimidad, pero presentarlo de esa manera es por lo menos aventurado. Si, en el caso que nos ocupa, los 104 diputados que se fueron denunciando terribles nulidades de procedimiento cambian de parecer y se quedan en el recinto, para el oficialismo sería imposible conseguir los dos tercios (de lo contrario, sólo sería un trámite), pero no tendrían mayor inconveniente en insistir en la redacción originaria con aquellos 147 votos o, incluso, con 129 (volviendo a dejar los aspectos políticos aparte).
En fin, lo de siempre: un periodista descuidado, un reporteado que se hace el distraído y un producto absolutamente tendencioso. Pero resulta que el entrevistador es un medio especializado en cuestiones parlamentarias y el entrevistado es también un estudioso de estos asuntos. ¿Cómo hay que interpretar semejante “negligencia”?