Entre mis pocos lectores, hay algunos a los que aprecio y respeto que me reprochan mi tendencia a descalificar las críticas que se le hacen al Congreso por no atender al modo en que allí se hacen las cosas. Y tienen razón… en parte.
Va en contra de las reglas de la lógica argumentar “porque así se hicieron siempre las cosas”. Por otro lado, mi profesora adjunta favorita alguna vez dijo en un curso que “todo los días hay homicidios. Esto no me permite justificarlos ni decir que están permitidos”. Todo esto es cierto.
Pero admitamos cierta graduación en esto. Admitamos también que hay actividades que se nutren y se construyen con su práctica, como la parlamentaria, precisamente. O, más ampliamente, la constitucional. Se puede traer a la memoria la imagen de la catedral gótica construida durante siglos y por varias generaciones expuesta por Nino en sus Fundamentos de Derecho Constitucional. Si cada generación va a destruir lo que hizo la anterior, la obra jamás podría haberse terminado.
Los reglamentos parlamentarios son (sólo) una garantía para las minorías, pero si algo los caracteriza es que sus palabras, sus normas, no son sacramentales, porque se reconoce que también hay que observar cómo se hacen las cosas. Habrá prácticas y costumbres que al principio pudieron ser adecuadas, pero no nos gusta por dónde van transitando. Se deberá desandar el camino o abrir otro. Este es, creo, el acuerdo de base tácito de todos los actores parlamentarios.
Por lo anterior, es que me parece desleal patear el tablero el hacerse los distraídos y poner el grito en el cielo cuando algo se hace de acuerdo a la práctica habitual, sin haberla “denunciado” previamente, montándose así a la agenda y a las necesidades de medios y periodistas cuyo fin parece ser, en la mayoría de los casos, buscar el desprestigio de la institución parlamentaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario