Hoy se informa aquí sobre los ochenta y cinco vetos que el Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Mauricio Macri, interpuso a leyes aprobadas por la Legislatura. Este asunto no tiene demasiada repercusión, aunque es verdad que no suele ser un tema de debate las observaciones que los gobernadores de Misiones o de Neuquén o de La Pampa puedan realizar a las leyes de sus respectivas legislaturas.
El punto a comentar aquí no son tanto los vetos en sí mismos, sino la falta de información y/o de opinión sobre una característica por lo menos curiosa: según la nota, de ochenta y cinco leyes aprobadas, setenta y nueve fueron también votadas por los legisladores del partido oficial de la Ciudad de Buenos Aires. Pero más curioso aún es un argumento que dio hace ya un tiempo el legislador Martín Ocampo, según el cual los vetos son indicativos del diálogo interno que existe en el PRO.
Veamos. Usted es un legislador no oficialista de la Ciudad de Buenos Aires. Trabajosamente, o no tanto, consigue impulsar un proyecto. Dialogando, dialogando, dialogando (es decir, poniendo o sacando cosas de su proyecto, asumiendo compromisos de votar otros) va sumando voluntades de otros bloques. Dialogando, dialogando, dialogando (es decir, suprimiendo, tal vez, alguna norma un poco incómoda para la administración) hasta obtiene el aval del bloque oficialista de la Legislatura. Su proyecto va superando las distintas instancias reglamentarias y constitucionales y, finalmente, consigue que sea votada por el pleno. Imagine su satisfacción. A los pocos días, el titular del Poder Ejecutivo la veta y la devuelve a la Legislatura. Fin de la historia.
Usted tal vez se pregunte para qué se molestó en buscar el famoso consenso con los legisladores oficialistas. También se podría preguntar si el diálogo interno que, según Ocampo, existe en el PRO no podría haberse hecho antes de la sanción de la norma. Podría preguntarse de qué sirven los compromisos asumidos por y con los legisladores oficialistas. Podría interrogar a sus asesores sobre quién es, en definitiva, el interlocutor válido para conversar sobre los proyectos a considerar en la Legislatura. Peor aún: usted quedó curado de espanto, y en lo sucesivo cada conversación será apenas provisional, con lo cual el sistema pareciera no tener muy poca previsibilidad. O el elemento previsible sería que los legisladores oficialistas le podrán decir “a nosotros nos parece bien, pero…”.
Se critica mucho la disciplina partidaria. Expresiones como las del Presidente del bloque oficialista en el Senado, Miguel Ángel Pichetto, en cuanto a que se va a seguir a rajatabla las políticas del Poder Ejecutivo suenan realmente exageradas. Pero algún término medio tiene que haber entre el desacople que parece haber entre los legisladores oficialistas y el Poder Ejecutivo en la Ciudad (¿por el diálogo interno de la fuerza o por falta de diálogo?) y la defensa incondicional. ¿O me equivoco?